Era febrero y la banda tocaba nuestro hermoso carnaval en el patio de mi abuela, anfitriona como siempre, recibía a todo aquel que quería llenarse la vida de alegría con comida, chicha, huarapo, mistela y sabe Dios que más tragos preparados con aguardiente de la mejor calidad. Tenía un cuartito no muy pequeño donde guardaba celosamente las tinajas con la chicha de jora y huarapo que era dulce como la vida en ese tiempo, miel al paladar, había suficiente para una semana de pura fiesta, también guardaba tongos de chancaca, estaban a un costadito y era mi dulce favorito, siempre encontraban tapas mordidas y claro, nunca dije que fui yo. Aquella tarde, me escabullí por entre la gente y en un descuido entré al cuarto prohibido, las tapas de chancaca me esperaban y nadie se daría cuenta. Una vez allí un olor dulcete me llamo la atención, había una jarrita cerca con un poco de líquido y después de tanta chancaca tenía mucha sed, así que tomé con cuidado y la bebí, que dulce, que agradable y seguí bebiendo y después ya no me acuerdo. Tras mucho buscarme por la cocina, el patio, el horno, el traspatio, entre la gente y el apuro de los invitados que querían más trago mis padres entraron al cuarto y me encontraron ahí, durmiendo al lado de las tinajas, muñeca en mano y en profundo sueño. Tenia 4 años de edad y no estoy orgullosa de lo que les cuento, a mi favor puedo agregar para mí fue agua miel, la inocencia de una niña y su primera borrachera.

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