De niña quería ser monja, así que me incorporé a los grupos de caquetesis a los 9 años y luego ascendí a monaguillo, ahí aprendí todo lo necesario para ser la mejor ayudante del sacerdote, por ejemplo: tener lista la vestidura eclesiástica (sotana o alba, el cíngulo, estola, y casulla) que usaría cada día y no pierda tiempo ya que llegaba apurado luego de celebrar misas en otros pueblos cercanos, colocar los libros litúrgicos sobre el Altar y portarme con un ángel mientras duraba la santa misa. También aprendí junto a mis amigos y colegas monaguillos Mili y los dos Julios a hacer las hostias y como aún no estaban bendecidas comíamos todo lo que podíamos (el padre nunca se enteró).Allí aprendí a rezar el rosario, me gustaba y decidí aprenderme de memoria porque quería ser la rezandera oficial (es decir quien todos los días a las 6y30 pm antes de la misa de 7 dirigía el rosario) y después de buen tiempo lo conseguí, estaba feliz y con 12 años era mi logro mayor.Paso buen tiempo en que todos los días Mili, los dos amigos Julios y yo éramos los niños rezanderos oficiales de mi pueblo, desplazamos a las señoras que hacía décadas eran las encargadas del rosario, pero imagino que nos dejaron porque ya estaban cansadas y era mejor q otros dirijan la oración mientras echaban una cabeciadita, pero siempre presentes, puntualitas a la hora del rezo.Un día me tocó la parte final del rosario, subí al atrio y de verdad que lo hice con toda la devoción y concentración del mundo y casi al final de las letanías dije: CORDERO DE DIOS QUE QUITAS LOS PESCADOS DEL MUNDO, TEN PIEDAD DE NOSOTROS; y una punzada en el corazón hizo que levantara la cabeza para ver a todos los feligreses y a mis amiguitos y vi sus ojos sorprendidos, lanzándome miradas como flechas, inmediatamente pedí perdón y volví a recitar la frase: CORDERO DE DIOS QUE QUITAS LOS PESCADOS DEL MUNDO, TEN PIEDAD DE NOSOTROS… mi corazón palpitó a mil y escuché entre sueños las carcajadas, intenté reírme y no pude, lo más hidalga que alcancé reponerme volví a pedir disculpas y salí con la frente el alto, el corazón arrugadito de tanta vergüenza y la cara hecha un tomate, crucé la puerta y las risas seguían. Nunca mas volví a la iglesia (templo), bueno, 18 años después sí, pero jamás intenté ni intentaré hacer rezar el rosario, no vaya ser que Dios me escuche y quite todos los peces del mundo.

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